La ingeniería de la trayectoria es un pilar para anticipar la movilidad y controlar el riesgo en botaderos de alta pendiente, señaló el ingeniero geotécnico Marco Arrieta en el webinar “Movilidad en botaderos de alta pendiente: El rol de la trayectoria de recorrido”, realizado en el marco del congreso internacional Slope Stability 2026.
“Cuando el material ya se moviliza, el camino gobierna la energía. La pendiente, la curvatura y el grado de confinamiento controlan la aceleración, la concentración del flujo y la disipación”, señaló Arrieta.
“Por eso, eventos con materiales similares e incluso con volúmenes muy distintos pueden mostrar alcances sorprendentemente parecidos o completamente diferentes según la trayectoria”, sostuvo.
Durante su presentación, Arrieta explicó que las propiedades del material son críticas para entender el inicio de la inestabilidad, pero que el alcance (runout) y la velocidad se definen principalmente por la geometría del recorrido.
“Un flujo canalizado en un valle estrecho tiende a concentrarse y acelerar; si se abre sobre una superficie amplia, se dispersa y pierde energía. En botaderos de gran altura construidos en valles, la forma del recorrido suele actuar como el acelerador o el freno principal”, afirmó.
Herramientas prácticas
Para etapas conceptuales y de prefactibilidad, Arrieta propuso un enfoque geométrico simple y trazable: ajustar secciones transversales parabólicas (y = a·x²) a partir de la topografía.
“El parámetro a es un indicador directo de apertura o confinamiento: a mayor, sección más cerrada, mayor concentración del flujo y mayor potencial de movilidad; a menor, sección más abierta, con menor velocidad y alcance esperado”, dijo.
Este “tamizado geométrico” se apoya en DEM y topografía obtenida con dron, LiDAR o GNSS, extracción de perfiles en GIS y chequeos mecánicos rápidos (H/L para fricción dinámica aparente, ru para capturar el rol de presiones de poro y un término tipo Voellmy (ξ) para disipación asociada a la velocidad). “Es un primer filtro para priorizar escenarios; en factibilidad y operación se requiere modelación numérica para capturar el acoplamiento flujo–terreno–agua”, puntualizó.
El análisis de 46 fallas de botaderos permitió clasificar la movilidad en rangos operables de runout: baja (<500 m), moderada (500–1000 m), alta (1000–1500 m) y extrema (>1500 m). “La base de casos reduce incertidumbre y crea un lenguaje común entre geotecnia y operación”, destacó Arrieta.
Tres señales prácticas emergen para priorizar riesgo: trayectorias más confinadas (mayor a), presión de poros alta en fundación (ru ≈ 0,4 o más) y resistencia basal muy baja (f < 0,15 o φd < 10°). “Cuando coinciden, el flujo se canaliza, sostiene mayor velocidad y el runout puede crecer de forma desproporcionada”, advirtió.
Arrieta enfatizó la traducción directa de resultados técnicos a decisiones operacionales: envolventes de runout (alcance, ancho, tiempos y velocidades) sobre topografía real; mapas operativos con zonas de exclusión y corredores críticos; y TARPs con criterios de activación medibles y acciones sin ambigüedad. “La regla es simple: cada umbral debe tener un dueño y una acción inmediata”, subrayó.
Recomendaciones clave
Entre las principales recomendaciones, Arrieta llamó a definir y mantener el ‘corredor de propagación’ como entregable operativo (eje, perfil y secciones), planificar la secuencia de descarga para no “construir el riesgo”, gestionar el agua en el corredor especialmente en tramos confinados, convertir las envolventes de runout en reglas de operación y vincular el monitoreo a decisiones claras.
“El corredor debe revisarse con disciplina operacional, actualizando topografía y recalibrando parámetros tras cambios geométricos o eventos de agua”, concluyó.















