En el mundo de los metales industriales, el cobre ocupa un lugar protagónico. Pero recientemente, su relevancia dejó de estar ligada a su utilidad eléctrica o su papel en la transición energética. Desde que el expresidente estadounidense Donald Trump anunció un arancel del 50% a su importación, el llamado “metal rojo” ha ganado peso como pieza clave en el tablero geopolítico global.
El anuncio, sustentado bajo el argumento de proteger la “seguridad nacional” de Estados Unidos, ha generado preocupación en los mercados internacionales, especialmente en países como Chile —principal proveedor global de cobre— y en menor medida en Perú. Aunque los envíos peruanos a EE.UU. son significativamente menores que los destinados a China, el impacto potencial no es despreciable.
Lo que más sorprendió a los analistas no fue la medida en sí, sino su magnitud. Según un informe del Boston Consulting Group (BCG), el nuevo gravamen podría añadir hasta US$ 8.600 millones al costo del cobre en bruto y refinado importado por EE.UU., sin contar el impacto adicional si se aplicara también a productos derivados.
Trump amparó esta decisión en la Sección 232 del Trade Expansion Act de 1962, una disposición que ya había utilizado en 2018 para imponer aranceles al acero y al aluminio. Esta normativa permite aplicar tarifas sin tope de tasa ni duración, siempre que se determine que la importación de un producto representa una amenaza para la seguridad nacional del país.
La Sección 232 incluye también la posibilidad de afectar a derivados del cobre, lo que pondría bajo riesgo exportaciones peruanas de cobre refinado y manufacturas por valor de US$ 910 millones anuales, equivalentes al 10% del total exportado al mercado estadounidense. Sin embargo, la misma norma contempla la posibilidad de negociar exenciones, como ya ocurrió con países como Canadá y México, o establecer cuotas como se hizo con Japón, Corea del Sur y Reino Unido.
En la práctica, el objetivo de EE.UU. es encarecer el cobre importado para estimular la producción local. Pero según Alonso Macedo, economista del Instituto Peruano de Economía (IPE), este objetivo no se concretará en el corto ni mediano plazo, ya que desarrollar nuevas minas o refinerías toma años, incluso décadas.
Lo más inmediato, sostiene Macedo, será un incremento en los precios dentro del mercado estadounidense. “Las empresas que operan en EE.UU. tendrán que acceder a un insumo más caro, lo que afectará sus costos, márgenes de ganancia y, eventualmente, a los consumidores finales”, indica.
Para Perú, el impacto directo sería moderado. Las exportaciones de cobre y derivados hacia Estados Unidos representan solo el 3,7% del total. “No vamos a dejar de venderles, porque no tienen una fuente de reemplazo inmediata. Pero el mercado ya ha reaccionado: el precio del cobre en EE.UU. ha alcanzado niveles récord debido a compras anticipadas”, explica Macedo. Sin embargo, añade que este efecto será transitorio.
En la Bolsa de Metales de Londres, el cobre a tres meses bajó 0,4%, mientras que en la Bolsa Comex se cotizaba a US$ 5,796 por libra, con una prima del 30%. Se espera que, después del 1 de agosto, el precio regrese a niveles más cercanos a los US$ 4 por libra, una vez que el mercado se ajuste al nuevo escenario.
Más allá de los impactos inmediatos, el mayor riesgo para Perú está en una posible desaceleración global. “Si EE.UU. entra en una guerra comercial más profunda que afecte a China o a la Unión Europea, también nos veremos perjudicados, ya que China es nuestro principal comprador de cobre”, advierte el economista.
Desde Lima, la perspectiva es algo más matizada. El economista Jorge Manco Zaconetti, investigador de la UNMSM, considera que el impacto directo sobre el Perú será limitado, ya que la mayoría de nuestras exportaciones mineras tienen como destino a China, Japón y Corea del Sur. “La producción de Cerro Verde, donde participa Freeport-McMoRan, es prácticamente la única que se dirige a EE.UU., con unas 240.000 toneladas anuales”, precisa.
No obstante, Carlos Casas, profesor de la Universidad del Pacífico, advierte que los efectos podrían sentirse más adelante si los cambios arancelarios afectan el comercio internacional. Aunque el contexto actual es favorable para Perú, con precios altos tanto del cobre como del oro, Casas señala que esto también puede alimentar economías ilegales, como la minería informal, especialmente si países como China e India, o los bancos centrales, aumentan su demanda de oro como activo refugio.
Por su parte, Chile también sigue el tema con cautela. Rodrigo Vergara, expresidente del Banco Central chileno, alertó que el arancel de 50% al cobre no debe subestimarse. Aunque los impactos inmediatos han sido acotados, insistió en que podrían crecer con el tiempo, especialmente en una economía abierta como la chilena. “Una guerra comercial sí genera efectos reales, aunque tarden en manifestarse”, concluyó.