Desde los pasillos del Capitolio hasta las instalaciones de Boeing, la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China ha encontrado un nuevo campo de batalla: los minerales estratégicos. Esta vez, no se trata de armamento ni de cumbres diplomáticas, sino del acceso a tierras raras, insumos clave para la tecnología y la defensa occidental. El congresista John Moolenaar, presidente del comité de la Cámara de Representantes sobre China, ha solicitado al gobierno de Donald Trump que imponga restricciones —incluso la suspensión— de los permisos de aterrizaje a aerolíneas chinas en suelo estadounidense, como respuesta a las nuevas limitaciones impuestas por Beijing a la exportación de estos materiales.
Las tierras raras, un grupo de 17 elementos esenciales para dispositivos electrónicos, turbinas eólicas, armas y baterías, han pasado de ser componentes técnicos a piezas de ajedrez geopolítico. China, que domina más del 80 % del procesamiento global de estos minerales, amplió recientemente su lista de productos sujetos a control de exportación, incluyendo varios tipos de imanes industriales. Esta medida se interpretó como una represalia directa a los aranceles estadounidenses, lo que ha encendido las alarmas en Washington.
Para Moolenaar, esta estrategia china representa una amenaza directa a la seguridad nacional. Propone que Estados Unidos reaccione con firmeza, revisando las políticas de exportación de aeronaves comerciales, repuestos y servicios de mantenimiento hacia China. A su juicio, permitir que Beijing limite el acceso a materiales críticos sin consecuencias perjudica a la industria de defensa estadounidense y debilita su capacidad de respuesta tecnológica.
Este llamado llega en un momento especialmente sensible para el sector aéreo. Aunque existen permisos para realizar 119 vuelos semanales entre ambos países, actualmente solo se están utilizando 48. El Departamento de Transporte de EE. UU. ha prorrogado el permiso que permite a aerolíneas como United, Delta y American operar ese número limitado de vuelos por otros seis meses. A pesar de la reciprocidad nominal, la situación no es equitativa y refleja el estancamiento de las relaciones diplomáticas.
Durante la pandemia, el flujo aéreo entre China y EE. UU. se convirtió en símbolo del deterioro bilateral. Las restricciones impuestas por el gobierno chino y su negativa a autorizar nuevas rutas para aerolíneas estadounidenses provocaron protestas dentro del sector. Incluso bajo la administración Biden, sindicatos y ejecutivos del sector exigieron medidas contra lo que consideraban una política injusta y anticompetitiva por parte de Beijing.
En medio de esta tensión, surgen intereses económicos contradictorios. Informes recientes sugieren que China estaría evaluando la compra de hasta 500 aviones de Boeing, lo que en otras circunstancias sería una excelente noticia para la empresa y para Washington. Sin embargo, la pregunta de fondo persiste: ¿puede Estados Unidos permitirse depender de un socio comercial que no duda en utilizar los minerales estratégicos como arma económica?
Estados Unidos lleva años intentando diversificar sus fuentes de tierras raras. Ha invertido en proyectos en Australia, estrechado vínculos con Canadá y reactivado su producción interna. No obstante, el proceso es complejo y costoso. Extraer y refinar estos minerales requiere tecnología avanzada, implica riesgos ambientales y enfrenta limitaciones logísticas que China ha logrado superar gracias a décadas de inversión.
Mientras tanto, la propuesta de Moolenaar sigue sin recibir respuesta oficial por parte del gobierno de Trump, y desde la Embajada China en Washington tampoco se ha emitido declaración alguna. El silencio de ambas partes refleja la magnitud del conflicto latente. Para las aerolíneas, una posible restricción representa tanto una medida de defensa comercial como un riesgo de pérdida de mercado. Para los países con reservas de tierras raras, como México o naciones en África y América Latina, este escenario abre oportunidades estratégicas. Lo que está en juego no son solo vuelos o minerales, sino la autonomía tecnológica y la soberanía económica en el siglo XXI.