En el corazón del giro industrial del siglo XXI, China consolidó su liderazgo energético durante 2024 al desplegar más infraestructura de energía limpia que el resto del mundo en conjunto. No se trató solo de una hazaña simbólica: detrás hubo una inversión superior a los US$800.000 millones en tecnologías solares, eólicas, baterías, autos eléctricos y reactores nucleares. Esta apuesta marca una nueva fase en la transición energética global.
Mientras tanto, en Estados Unidos, la administración de Donald Trump adoptó un camino opuesto. Reabrió pozos de petróleo, impulsó la construcción de nuevos oleoductos, canceló fábricas de motores eléctricos y redobló su apoyo al gas y al petróleo como base de su modelo económico. Esta estrategia busca reafirmar la autosuficiencia energética, incluso si eso implica retroceder en compromisos climáticos.
La competencia entre ambas potencias ya no se limita al terreno ambiental o tecnológico: es una disputa económica con impacto directo en las cadenas globales de valor. Para países como Perú, las decisiones que se tomen hoy en Beijing o Washington influirán en su acceso a tecnología, financiamiento y mercados internacionales.
China no solo lidera en la instalación de paneles solares y turbinas eólicas. También exporta sus capacidades productivas. Empresas chinas están construyendo fábricas de baterías y autos eléctricos en países como Brasil, Tailandia, Hungría y Marruecos. A esto se suma su dominio en innovación: más del 50% de las 700.000 patentes globales en energía limpia provienen de China, que ya presenta cargadores capaces de recargar vehículos en cinco minutos. Para proteger su ventaja, Pekín ha limitado la exportación de imanes de tierras raras, esenciales para la transición energética, a menos que estén integrados en productos terminados.
En contraposición, Estados Unidos refuerza su apuesta por el “poder fósil”. La administración Trump promueve grandes inversiones en infraestructura para exportar gas natural, buscando que aliados como Japón y Corea del Sur participen con montos multimillonarios. General Motors, por ejemplo, cerró una planta de motores eléctricos en Nueva York y redirigió US$888 millones a la fabricación de motores a gasolina. Según Chris Wright, secretario de Energía de EE.UU., el cambio climático es “un efecto secundario de construir el mundo moderno”.
Lo que está en juego trasciende el medio ambiente. La carrera energética global involucra miles de millones de dólares en exportaciones, empleo, dominio tecnológico y posicionamiento geopolítico. China ya gana terreno en África, Medio Oriente y América Latina, desplazando a EE.UU. como socio clave en energía. En países como Perú, la adopción de tecnologías limpias más accesibles, principalmente chinas, podría acelerar la transición energética, mientras que depender del gas estadounidense puede implicar altos costos y vulnerabilidad.
La Agencia Internacional de Energía estima que para 2035, las fuentes solares y eólicas superarán al carbón y al gas como principales generadores de electricidad en el mundo. Pero no todos los países llegarán preparados a ese punto de quiebre. “El mundo deberá elegir entre una economía fósil liderada por EE.UU. o una economía de bajo carbono dominada por China”, advierte Li Shuo, del Asia Society Policy Institute. El futuro del clima y la economía global se juega, literalmente, en esta encrucijada.